Lo que hace unos años no era más que una tesis, ahora es un hecho no contestado. El calentamiento global por efecto invernadero avanza inexorablemente con el riesgo de convertirse en irreversible o incontrolable. La sociedad ha tomado conciencia de la ‘urgencia climática’ y todos estamos modificando nuestros comportamientos para adaptarnos a esta crisis.
Las empresas energéticas, en el ojo del huracán, tienen que posicionarse y lo están haciendo. Las eléctricas mutan del carbón a la generación renovable, a la vez que pasan de la producción a la comercialización y de ahí a los servicios energéticos. Las gasísticas ‘mid-stream’ tratan de acercarse al mundo de la electricidad ya que el gas se considera energía de transición, pero no la solución final. Las petroleras cambian de paradigma y buscan su futuro en la electricidad antes de apostar por otras fuentes de energía. ¿Sobrevivirán todas las energéticas a esta evolución acelerada?
En este río revuelto, donde la generación convencional deja paso a la renovable, vemos navegar a las eléctricas. Cada una se adapta como puede. Las hay que han optado radicalmente por dejar el mundo de la generación. Este es el caso de E.on que, tras la cesión de su actividad de producción eléctrica, se quiere convertir en el rey de las soluciones energéticas para el cliente. Otras siguen la ola, abandonando poco a poco la generación convencional para concentrarse en la generación renovable. En este grupo, Iberdrola lleva años de ventaja, Engie o Enel se reposicionan. EdF por su parte prefiere hablar de descarbonización y se focaliza, sin sorpresas, en la producción nuclear.
Otros casos interesantes son el de la alemana RWE que, con la adquisición de los activos de Innogy, se convierte en uno de los principales actores renovables sin por ello olvidar su pasado fósil. El nórdico Fortum se convierte en el campeón de la producción convencional con la adquisición de Uniper. Caso aparte son los más oportunistas EPH o Sev.en Energy que se especializan en la adquisición de los activos “tóxicos”, para ejecutar el cierre de la actividad a medio plazo.
Peor lo tienen los actores gasísticos “mid-stream”, Engie (por su vertiente GdF), Naturgy (por su lado GasNatural), Uniper, etc. Mientras que su mundo se encamina a la extinción, tratan de esconder detrás de nuevas marcas su pecado original de ser empresas gasistas. Su actual modelo de negocio está sustentado en las infraestructuras de gas, pero al contrario que la electricidad -que es el vector de futuro- el gas es una energía de transición cada vez menos tolerada. Si el gas no sabe transformarse en verde, su negocio se extinguirá. Las gasistas buscan su avenir en el biogas o el hidrógeno, para llenar sus infraestructuras, pero ambas líneas de desarrollo están muy lejos de ser competitivas. En ausencia de otras alternativas, se tornan hacia la electricidad, la generación renovable y los servicios energéticos.
Las petroleras también se encuentran en plena mutación. Las “major” saben que gran parte de las reservas de petróleo que ahora tienen en sus balances nunca llegaran a ser explotados. Especialmente los yacimientos más complicados que solo ellas saben explotar, que además son los que más aportan a su cuenta de resultados. El mundo del petróleo, como el del carbón o el gas, están llamados a declinar inexorablemente, y con ellos las “major”.
La pionera BP, que ya en los años 80 desarrolló una división fotovoltaica que entraría en bancarrota a principios de los 2000, ha anunciado recientemente su objetivo 0% carbón para el 2050. Eso sí, sin decir cómo, salvo un ambiguo aumento de las inversiones low-carbon y cierta reducción de las inversiones en gas y petróleo. La francesa Total se hace fuerte en el gas upstream y avanza sus peones en la electricidad, tanto renovable como convencional (CCGTs). Mas sorprendente aun, se posiciona en el retail con la adquisición de Direct Energie. RD Shell parece seguir los pasos de Total, aunque es menos explicita en su objetivo de reducción de la huella CO2 (‘Carbon footprint’). Finalmente, Exxon Mobil o Chevron, parecen determinados a no modificar su estrategia histórica y consagrarse a lo de siempre hasta el su último suspiro (o hasta la última gota).
En síntesis, estamos asistiendo a un colapso del ‘core business’ de las energéticas, ya sean petroleras, gasistas o eléctricas. Después de décadas perfeccionando la excelencia en su actividad histórica, los especialistas de la energía deben adaptarse a un nuevo entorno. Y competir en nuevas actividades para las cuales no son necesariamente los más adaptados. Para complicar aún más las cosas, las empresas energéticas se enfrentan a una pérdida de rentabilidad de sus inversiones y a la insatisfacción natural de sus accionistas, además de levantar sospechas de un frustrante « greenwashing ». La elección entre la conversión (reinversión) y la restitución del dinero a sus accionistas (en forma de dividendos o recompra de acciones) también formará parte de la táctica de adaptación. Evidentemente, no todas las estrategias evolutivas darán los resultados esperados. La única certeza es que el cambio climático conllevara una revolución en la industria energética donde asistiremos a la extinción de ciertas especies y el triunfo de otras. Como diría la canción… “¿Que será será?”
Antonio Haya