A la hora de escribir estas líneas, las noticias sobre la pandemia resultan más que desoladoras: cientos de miles de afectados, decenas de miles de muertos, confinamiento planetario, falta de medios sanitarios para confrontar el virus, crisis en múltiples sectores de actividad, recesión mundial, etc. En algunos países parece que se ha alcanzado el pico de contagio, en otros no se atisba aun el punto de inflexión. Empezamos a leer artículos prospectivos que presagian el ‘día después’ y no resultan mucho más esperanzadores. Quizá el hecho de que empecemos a hablar del futuro es ya de por si una buena señal, que empezamos a superar la crisis sanitaria y nos preocupamos por otras cosas…
Si nos centramos en nuestro entorno energético, estamos asistiendo a situaciones inéditas: caída de la demanda nominal eléctrica del 25% en Italia; precios del petróleo que no se veían desde 2002; futuros de la electricidad con bajadas de un 40% en un mes; precios negativos del gas spot en USA; certificados de emisiones (EUAs) cercanos al nivel de los 15€/t….
En el fondo todos nos preguntamos lo mismo ¿la crisis COVID19 va a afectar profundamente el futuro o se trata de una desgraciada situación coyuntural?
Si volvemos a la órbita de la energía, creo que merece la pena analizar las señales del mercado y distinguir lo que es atribuible al COVID19 de otras potenciales causas, lo que puede estar ligado a razones fundamentales frente a la pura especulación o sobre reacción de los mercados a los acontecimientos:
- La bajada del precio del petróleo parece tener más que ver con la batalla entre Arabia Saudí y Rusia, con fondo de shale oil estadounidense, que con la contracción de la demanda mundial. Los precios seguirían en el entorno de los 50$/bbl si el cartel de la OPEP+ se hubiera comportado como normalmente lo hace. Una vez ajustadas las cuentas entre los cárteles, las aguas volverán a su cauce.
- Los precios negativos del gas spot en USA están relacionados con la imposibilidad de parar cierta producción de gas en un entorno de baja demanda a la vez que los almacenamientos se encuentran saturados. Los precios especialmente bajos del gas mundial se pueden explicar por una reducción de la demanda asiática debida a un invierno clemente más que al efecto COVID19, aunque indiscutiblemente éste ha ayudado a incrementar los excedentes en Asia, que no han encontrado salida en la EU por las mismas razones. Si a esto se añade un precio del Brent a la baja, se puede entender la tendencia suicida del precio del gas de estos últimos meses.
- La evolución en el precio de los EUAs, o certificados de emisiones de CO2, que han pasado de precios en el entorno de los 25€/t a los 15€/t se puede asociar a la interpretación de los mercados al COVID19 (sobre reacción) y al peligro de recesión inminente. El precio de los EUAs se recupera rápidamente y a día de hoy vuelven a superan los 20€/t.
- La bajada de la demanda eléctrica en los países en confinamiento severo es irrefutable. Aun así, conviene dejar un poco más de tiempo para evaluar el impacto del COVID y no confundirlo con las causas climáticas o estacionales. El 25% de reducción nominal de la demanda constatada en Italia probablemente corresponde a algo próximo al 15% en condiciones de iso-temperatura y estacionalidad. A modo de comparación, en la profunda crisis de los años 2008 en Italia, país especialmente afectado, la bajada de la demanda anual eléctrica fue de ‘solo’ un 9%. La electricidad es un bien básico y su demanda muy poco elástica, reducciones más allá del 10% nos parecen no mantenibles en el tiempo.
- Por su parte, el futuro de electricidad a 1 año (Cal 2021) ha seguido la senda del gas y del CO2. Caída vertiginosa en el último mes y recuperación súbita las dos últimas semanas. La explicación de este vaivén se encuentra principalmente en el subyacente CO2. Además, y esta vez ligada al COVID, parece confirmado un cierto retraso en los mantenimientos del parque nuclear francés con su consiguiente aumento de indisponibilidad.
Sin querer ser exhaustivos en nuestro análisis, queremos alertar al lector para que no se deje llevar por el pánico reinante. Le aconsejamos discernir las señales para evitar las malas interpretaciones. Y, si se encuentra en la necesidad de tomar decisiones inmediatas en medio de la tribulación, le recomendamos que busque el consejo de buenos especialistas capaces de interpretar la realidad más allá de los titulares de prensa.
Sin menoscabo de lo anterior, no cabe la duda que el COVID nos lleva ineluctablemente a una recesión que nadie es capaz de evaluar. La gran la cuestión, que determinara la magnitud del desastre, es cuánto tiempo tardaremos en salir del confinamiento y cuando retomaremos la senda del crecimiento. Evidentemente a esto no osamos dar respuesta en este artículo. Los economistas más sesudos discuten si será una V o una U, incluso los hay que prevén una W debida a recaídas en la pandemia.
Nosotros somos optimistas y estamos convencidos que no se producirá una crisis mayor y que la situación volverá a la normal en un tiempo relativamente corto (apostamos por la recuperación en V). No vemos mayores razones para que no se vuelva rápidamente a un equilibrio oferta demanda parecido a la situación precrisis. En este escenario, el sector de la energía sufriría retrasos en su transformación, pérdidas según la exposición al mercado de cada actor, pero en definitiva nada trascendental ni definitivo.
Por el contrario, si la crisis económica resulta más profunda, las cosas pueden cambiar de forma mucho más radical. La urgencia climática, en la que hasta ahora vivimos, podría dar lugar a la urgencia económica. Los planes de desarrollo de renovables y eficiencia, podrían ser remplazados por planes expansionistas y menos preocupados por el clima. La transformación del sector de la energía se paralizaría. Si nos ponemos aún más extremistas, se podría llegar a la intervención de los sectores básicos de la economía, como el de la energía…Definitivamente, a día de hoy no vemos razones para creer en este escenario catastrófico y postapocalíptico.
No querría terminar este articulo sin dar una nota de optimismo. La crisis COVID19 nos enfrenta a la fragilidad de nuestro modo de vida. Cuando pensábamos que todo estaba bajo control y que solo elementos lejanos y poco tangibles (como el cambio clima) representaban un riesgo, nos topamos con algo desconocido e inmediato. Frente a esta amenaza, se está reaccionando a nivel mundial como jamás se ha hecho. Con medidas como el confinamiento, se ha sacrificado bienestar económico para salvar vidas y esto también es una novedad. Todos tenemos la esperanza de que esta crisis será superada como otras lo fueron en el pasado, aunque con terribles daños humanos. Estoy convencido, que saldremos rápidamente de esta crisis y que en unos meses nos parecerá una pesadilla. ¡Animo!
Antonio Haya